jueves, 5 de octubre de 2017

37. Bajas

Mar de Grau, 100 millas al sur de Lima



Las embravecidas aguas arrecian contra el casco del crucero Almirante Grau, buque insignia de la potente Marina de Guerra. El venerable crucero se yergue incólume sobre las olas del mar que también honra su nombre, ondeando su glorioso pabellón sobre el imponente castillo de proa.”

- Empalagoso – lo sentenció su fotógrafa simulando provocarse una arcada.
Especialista Gutiérrez – la reprendía él con fingida petulancia – carece usted de la menor sensibilidad para apreciar mi arte, así que limítese a usar su aparatito… ese, vulgar… para ilustrar artificialmente el genial, y extraordinario ¡y majestuoso! vuelo de mis palabras – reían – ¡Y no me mire así! ¡Ese gesto no es digno de una suboficial de la Marina de Guerra! ¿Qué sabe usted sobre transmitir con altruismo el valor histórico de esta gesta heroica de reivindicación del orgullo nacional? Un momento – anotaba en su libreta – La reivindicación histórica del altruismo nacional de la gesta del orgullo… Nooo ¿Cómo era, carajo? Siempre me pasa lo mismo… el genio llega como un suspiro del viento del mar, y se va… tendría que haber sido poeta – sonreía para si satisfecho mientras se tambaleaba con el barco – lo mío es la poesía.

El sueño del sonido del mar iba y venía entre el ventilador de pie, el zumbido de los aparatos y las pisadas detrás de la cortina en el corredor del hospital.

¡Sosa! lo llamarn desd adntro un d ls ficials – suspiró; le dolían los alambres que sujetaban su mandíbula rota en su lugar, impidiéndole separar los dientes para hablar – Yo me reía a spalds dl otr y le burlab hacindol l gest de fumar marihuan – se le encharcaron los ojos – segur se le pusiern rojs ls orejs…
- Señorita Gutiérrez, le pido abreviar los detalles – su interrogador interrumpía su viaje, y volvía a esa cama de la sala de terapia, y la piel volvía a dolerle, y volvía a intentar separar con los labios las vendas alrededor de su boca – usted estaba en el puente tomando fotos durante la maniobra; pudo ver a los oficiales al mando. ¿Qué pasaba en el puente antes del ataque?
l almirant hablab cn ls periodists – continuó, aclarándose el nudo en la garganta, a nadie le importaba Joaquín, si había muerto o se salvaba, si ella moría o se salvaba. Su interrogador se fregaba el entrecejo, resignado a esperar que continuara. Tan rota debo estar que te da culpa presionarme. Vale. No me sienta dar lástima – a carg d la nav staba l vicealmirant – cerro los ojos para transportarse de nuevo a esos horribles momentos. ¿Por qué no había podido olvidarlos? Esas cosas le pasan a la gente luego de experiencias así de repentinas y traumáticas. Qué mala suerte carajo… – su únic preocupacin era mantenr l curs y l velocida… l Grau era l centr dl bail… le mandab úrdens a ls otrs buqs… s veía que algun se slía de lugr… íbams a cas treint nuds…en un moment ls ols nos llegabn de travers… si nuestr barc se movía, ls dems debían star pur dar vuelt campan… pro nu mandu virar pra cortaras hast que cmplió la piern… “¡ste desfil no se spende pr lluvi!” gritó… stábams dsfiland…

- Trate de recordar los hechos – procuraba guiarla el interrogador. “¡Y de guardarse sus impresiones!” te falto decir… claro… “la gloriosa marina peruana”… tú no estuviste ahí.
- L Mriateg ¿Si?sa era la q se había dsviad¿Ajá?staba a babr, n poc atrs… ntró uno de ls chics q hacia d vigía pra l oficial de navegació… ran cuatr… se pasarn hors ahí afuer, n la torment, cn ls prismátics… l más alt, entr y stornudó… el pobr se había rsfriad… – recordó haberse preocupado.
¿Qué pasó con la Mariategui? ¿Por qué abandonó la formación? ¿Qué pasó con su helicóptero? – la inquiría impaciente.
- Se… se le cayó n torped, stoy segur… Cuand el chic avisó qu se dsviab. Slí a ver y squé nas fots… yo tnía el lent… se dstinguía bien… l andarivel d babr clgaba hsta l agua y el carrit de torpeds lo tironeabn de la cdena pra volvr a subirl a bord… segur stabn llevand un torped n el carrit al helicóptro y se ls volcó… pdría habr aplastad a alguin… si no crtaba las olas, el helicóptro se ls iba a dsbandar tambin… íbams rápid… pro el vicelmirant rdenó qu la Mariateg se cuadrar… y al final, al helicóptro lo guardarn, no sé cóm… era mposibl dspegar a esa vlocida n esa torment… y sn pder maniobrar…
- En su ficha leo que su especialidad es la fotografía, señorita Gutiérrez, por favor, limítese a los hechos. Le hago notar por si no lo recuerda que durante el combate había al menos un helicóptero en el aire.
- No me vuelv a dcir sñorit – apretaba los dientes – tngo rang… y sn plabrs del jef de aviacin nval… staba en la sala de radi, dtrás dl puent, dnde staba el café… fuims con Joaquín a clentarns y secarns ahí… l jef de la viación iba y vnia, pteand prque no pdía dspegar los helicópters ni tnía avions por lrededor…
- ¿Usted escuchó al Vicecomodoro decir eso? – se interesó el investigador – ¿los periodistas que estaban ahí también lo escucharon?
- No… no se preocup – su desprecio era tal que le resultaba doloroso – llos staban en el puent, y su cfé, cn torts y dulcs y sándwichs y vino stabn abaj, en la sala de situacin… tambin tngo fotos de so.
- Prosiga – le indicó ásperamente.

El investigador se recostó en el respaldo, haciendo rechinar la endeble silla, mientras la convaleciente volvía a sumergirse en sus recuerdos. Le dolía en el alma tener que someterla a eso.


Dios… sólo dime lo que necesito… Recopilemos… es defendible. Con cada testimonio la secuencia de los hechos toma consistencia. El ataque llega del sudeste. La Carvajal había sido la primera en detectar y logra evadir. Al menos una vez. Luego el Almirante Grau. Tres impactos, tal vez dos, si de las otras dos explosiones, la primera fue interna, del panel de municiones de estribor. Ahí hay tres. Luego las demás, pero después. Dos andanadas. ¿Cuántos tubos? ¿Cuánto tiempo para recargarlos? Ahí vuela la Carvajal… Ahí son dos, pero el segundo mucho después, al final. No era para ella. ¿Para quién era? ¿Dónde esta cada uno en la segunda andanada? La Herrera se cierra sobre el Grau. La Mariategui había retrocedido hacia el oeste. ¿Porqué había retrocedido?… ¿porqué?… El helicóptero había tirado cargas dentro del primer perímetro… en el flanco de la Mariategui… pero era el helicóptero del Grau… no de la Mariategui… ¿cómo no lo vio la Mariategui? Se cayó el torpedo por la borda… alguien saboteó el carrito de torpedos… faltaba un helicóptero… había un hueco en el perímetro… alguien saboteó el carrito de torpedos… entonces, andanadas fueron tres… o cuatro… una de adentro… no, una de adelante… luego, en ambos costados, y la última por atrás, cuando la formación estaba parada… fueron cuatro. Fueron cuatro. No, tres. Adelante, costados, adelante entra, recarga, gira, y por atrás… La Carvajal disparó sus torpedos sin blanco… sabotearon sus propios torpedos…entonces fueron dos. La Mariategui también disparó… fueron dos, más dos… dos submarinos y dos traidores… ¿dos traidores?

Dla segnd xplosión no recuerd más, slo l dlor n ls pierns – ella trataba en vano de incorporarse para mostrarle, y mostrarse, la herida – me lastimn la piern… ayúdme a sentarmn.
- No será necesario, señorita Gutiérrez, mejor descanse ahora, otro día regreso – se retiraba inquieto – gracias por su tiempo.

Afuera en el corredor central los médicos se movían incómodos entre las miradas escrutadoras de los centinelas de la Policía Militar. El interrogador entró en una sala de enfermería al final del corredor, ahora usurpada por la Sección de Inteligencia del Estado Mayor del Ejército.
Coronel – se anunció con una venia ante el taciturno personaje que se había pasado toda la mañana allí encerrado, tomando agua mineral y leyendo fojas de servicio.
¿Que me trae, teniente? – le respondía el Coronel Aranda, con un tono de perturbadora avidez por los testimonios personales de cualquier tipo, al parecer sin importarle cuán terribles eran.
Nadie le dijo que está de baja, coronel – le comentaba sorprendido.
Ese no es nuestro problema, teniente – lo desdeñaba con una sonrisa tan relajada y amable que resultaba perturbadora en el nosocomio que aglutinaba los ecos punzantes de la catástrofe.
Claro… pero… señor… – intentaba justificarse el interrogador. Su formación como psicólogo nuevamente atentaba contra su carrera militar, y él todavía dudaba si podría reconciliarlas, o si alguna vez una de ellas prevalecería.

Un grito desgarrador desde la sala de terapia surcó el corredor central. Dos enfermeros marcharon presurosos a asistir al paciente. La suboficial Gutiérrez, empecinada como era, había descubierto por sí misma con mucho esfuerzo que sus tobillos habían desaparecido. Ambos hombres de inteligencia permanecían parados en el umbral de la puerta de su improvisado despacho. Hacia ellos venía a paso firme – otra vez – la Jefa de Piso mordiéndose el labio.
Quiero su informe esta tarde, teniente – ordenó el Coronel en voz baja antes de retirarse – Doctora – la saludó al pasar.