domingo, 8 de junio de 2014

1. Narco Pueblo Fantasma

Iruni, Departamento de Oruro, Bolivia.


El Capitán Antonio Mamani era de los pocos voluntarios que se había incorporado a la Fuerza Especial de Lucha Contra el Narcotráfico (FELCN), con una firme esperanza en que se cumpliera con la purga y reconversión de la organización promulgada por el Ejecutivo. Mamani comandaba el cuartel de uno de los destacamentos de la Unidad Móvil Policial para Áreas Rurales (UMOPAR) de las FELCN. Popularmente conocidos como “los leopardos”, los comandos de la UMOPAR han sido desde sus orígenes las fuerzas policiales de élite mejor preparadas y equipadas del país. Durante años, esta formación había sido el brazo paramilitar de la agencia norteamericana DEA (Drug Enforcement Administration), un subproducto bastardo de la fatídica “War on Drugs”, operada durante casi medio siglo ya en varios países del continente.
 
 
 
 
Hacía más de un lustro que un giro en la política nacional había dado por tierra con la tradicional mecánica de erradicar plantaciones -y en el proceso, también campesinos-. Como por una revelación mística, las comunidades dejaban de ser el problema y el enemigo. Bajo esa cosmovisión, el profesionalismo y la conciencia social volvían a reconciliarse en un lugar preciado para el policía de vocación. Pero como siempre, nada es simple en Bolivia. Aún hoy la organización continuaba siendo tan tristemente célebre por sus violaciones a los derechos humanos, como por su corrupción y complicidad con los cárteles. Al igual que el crisol de identidades y fracturas que formaban y deformaban el país, no existían encuadres sociológicos para definir lo que pasaba en la fuerza: negocios de la pobreza, códigos de la corrupción, discriminación paternalista, profesionalismo indigenista, militarismo democrático, sumisión revolucionaria y sodomía de la liberación.

- Debo quedarme aquí unos días más – trataba de consolar a su hijita, con una voz dulce reservada sólo para ella – luego volveré a casa y saldremos a pasear juntos – Mamani sentía que se le anudaba la garganta – páseme con su madre…

- Hasta que no vaya a regresar, ya no vuelva a llamar – le dijo severamente su mujer, y colgó.

El Capitán se quedó por un momento sentado en su escritorio, con los ojos cerrados y la cabeza apoyada en el tubo del teléfono, escuchando repetirse el sonido de la línea muerta. Todo este tiempo de seguir los pasos del Subcomandante Estévez había hecho mella en su salud, su familia y su espíritu. Ya faltaba poco. Los había localizado, conocía sus caras, sus movimientos. Pero la autorización para realizar el asalto se demoraba y se demoraba. Sabía que alguien poderoso los estaba protegiendo, pero la evidencia que habían recolectado era simplemente abrumadora. Ya faltaba poco, pensaba.

- ¡Mi Capitán! – irrumpió agitado en la oficina su subalterno, el Teniente Márquez – una patrulla alerta de un convoy de camiones de la Brigada Bolivariana viajando por la 27 hacia el oeste.

Sin pronunciar palabra, el Comandante se incorporó, manoteó su chaleco de combate, su linterna, cartuchos, su escopeta de la pared, y partió hacia las camionetas. Esto no podía estar pasando. No permitiría que pasara.
 
 


En el informativo de la mañana siguiente, los canales nacionales hacían eco de la operación relámpago del UMOPAR en la remota localidad de Iruni, en el Departamento de Oruro. Con acierto mediático, los productores inmortalizarían el caso como el “Narcopueblo fantasma”. Las imágenes televisivas, tomadas al amanecer luego de una noche de operaciones de exploración en toda la región, mostraban a los uniformados patrullando un humilde pueblo de unas treinta casas, sorpresivamente abandonado por completo por sus pobladores. Dentro de algunas de estas modestas edificaciones de piedra, madera, chapas y barro, pueden verse restos de laboratorios improvisados. A pesar de lo rimbombante del operativo, sólo se incautan unos 4 kilos de pasta base encontrados desperdigados, una docena de tanques grandes y tazones impregnados con sustancias controladas, telas para el secado y bolsas con unos 600 gramos en total de sustancias controladas, así como el papel y la cinta típicamente utilizada para envolver los paquetes de droga. La escena vuelve a estudios, donde un Diputado cuestiona duramente a la Fuerza Especial de Lucha Contra el Narcotráfico y los millones que se gastan en mantener esa histórica estructura represiva del imperialismo.

Ni una palabra de las banderas, pancartas y volantes de propaganda política Bolivariana. Ni mención. Como si no existieran. Nada.

Mamani, todavía en su uniforme cubierto de polvo, invocó todas las exiguas fuerzas que aún le quedaban para presionar el control y apagar el aparato. Recostado en el sillón de su cuarto de vuelta en el cuartel, se mantuvo inmóvil en la oscuridad, mientras la lágrima de algo que se rompía en su interior se derramaba por su rostro inexpresivo.

Había puesto todo de si. Ya no le quedaba más para dar.

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