La vida del petrolero está plagada de paradojas e inconsistencias. Por un lado, requiere de una contextura fuerte y saludable conviviendo con los residuos tóxicos más peligrosos del planeta. Por el otro, es la billetera más abultada de lugares donde no hay en qué gastar. El pequeño pueblo neuquino de Añelo era lo más parecido a la civilización en los alrededores de Vaca Muerta. Los colosales proyectos petroleros habían llevado “el progreso” al lugar en la forma de un prostíbulo, un casino, y una ruta única ruta pavimentada que lo seccionaba a la mitad. Los agentes del progreso además, duplicaban en número a la población autóctona, compitiendo con sus gruesas billeteras por cualquier lugar para comer y dormir, haciendo que se disparara el costo de vida para el resto de los simples mortales.
Hacía
quince años que Nahuel trabajaba en la petrolera argentina YPF, los
últimos siete en la exploración de petróleo y gas no convencional
en el yacimiento de Vaca Muerta, en la provincia argentina del
Neuquén. Después de graduarse de Ingeniero en Petróleo por la
Universidad del Comahue, había escalado posiciones rápidamente en
los proyectos locales de YPF gracias a una combinación de esfuerzo
profesional y el correcto perfil socio-cultural. Habiendo crecido en
una comunidad Mapuche, estaba acostumbrado al trabajo duro, la
tierra, la militancia, la identidad. No necesitaba ser el más
articulado para hacer valer sus opiniones. De hecho estaba lejos de
serlo. Pero lo respaldaba una presencia y experiencia que muchos de
los ingenieros citadinos sencillamente no se atrevían a desafiar.
Por sobre eso, algunos jefes lo apañaban especialmente: era “el
Ingeniero Mapuche”, la cuota de diversidad políticamente
progresista y necesaria en toda corporación moderna. Finalmente,
haber llegado de los primeros y jugar de local en la etapa de
nacimiento del proyecto, había producido que cada vez estuviera más
alto en una estructura que crecía exponencialmente debajo de él.
Luego de dos semanas realizando análisis y pruebas en los “rigs”, Nahuel tenía unos días libres para descansar, pero no se sentía de humor como para volver a Neuquén a ver a Cristina. Pasaría los días en la humilde hostería de Añelo, convertida en la práctica en un albergue de paso de los trabajadores de YPF, donde la mayoría de los cuartos se rentaban por 12 horas, rotando sus ocupantes con cada cambio de guardia en los pozos, al mejor estilo del hot bunking de los submarinos. Las noches las pasaba en el casino, donde desayunaba su cena, conversaba sobre petróleo con otros petroleros, veía televisión y bebía para poder dormir todo el día siguiente.
Esa noche estaba sentado en la barra del casino, con la mirada perdida en las botellas de licor del escaparate frente al gran espejo, meditando cuál de ellas le faltaba probar.
-
Se
dice que necesitas una secretaria ejecutiva
– lo sorprendió una voz femenina. Intentó parecer menos
desconcertado de lo que estaba, pero la aparición de una mujer joven
tan atractiva en un lugar como ese, hablándole a él, era como para
pellizcarse.
-
¿Quién
dice que necesito una secretaria ejecutiva?
– le respondió, tratando de hacer valer su dignidad.
-
Lo
digo yo
– le dijo entregándole su tarjeta con una sonrisa – me
llamo Valeria ¿Qué estamos tomando?
-
Nahuel...
digo... un Nueva York, o algo por el estilo
– replicó torpemente – es
intomable...
Ambos
rieron, y la cosa se relajó. Luego de un par de cervezas, la
entrevista continuaría en el hotel.
Ella
debía partir a la mañana siguiente, lo que le permitió a Nahuel
recuperarse. Pero esa noche no volvería al casino, quería saber más
sobre ella y su computadora no tardó en alimentar su curiosidad. Sin
duda daba la impresión de una mujer muy culta y preparada. Tenía un
perfil en Linkedin bastante impresionante: experiencia en minería en
la chilena CODELCO, en el campo y en el directorio, inglés y
portugués, sin familia, le gustaban los deportes al aire libre y el
trekking.
La idea fue tomando forma en su cabeza. Ya era hora que él tuviera
una asistente que le cubriera el papeleo administrativo, no podía
estar de acá para allá llevando su oficina a cuestas. Además, con
el perfil profesional de Valeria era verosímil que la tomara por sus
capacidades. Sólo tendría que pedirle un currículum vitae sin foto
para no despertar sospechas. Luego ya sería un hecho consumado...
Lástima
que no podría engañarse tan fácilmente a si mismo. El “hecho
consumado”, tres veces, había sido gran parte de su decisión.
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