martes, 19 de agosto de 2014

14. Brigada Lautaro

Zona de Aterrizaje Táctico Lima, Departamento de Oruro, Bolivia.
 
  
A pesar de ser oficial de la FACh, al Teniente Munster nunca le habían gustado los helicópteros, mucho menos los modelos militares y en especial el enorme AS532 Cougar. Volando a máxima potencia, el estruendo de las aspas debía estar escuchándose a kilómetros a la redonda. Menuda inserción furtiva. A su favor, era una noche sin luna, una fina capa de nubes altas opacaba el brillo de las estrellas, y debajo de ellos, el manto negro del desértico altiplano se extendía hacia un horizonte insondable sin que una pizca de luz delatara la presencia de un ser humano. La desolación era total. Podrían haber sido astronautas en el lado oscuro de la Luna.
“Diez minutos” creyó escuchar en su aparatoso auricular, pero el reflejo de apretarlo contra sus oídos le había llegado demasiado lento. Dirigió su mirada hacia el Capitán Salmán, quien presumiendo la situación, le confirmaba con ambas manos abiertas el tiempo de llegada. El capitán se había quedado otra vez observándolo con su mirada inquisidora, agudo y expectante. La barrera de ruido prácticamente les impedía hablarse, de manera que todo se decía, voluntaria o involuntariamente, a través de gestos, posturas y rostros. Le mostró un pulgar y sonrió, intentando lucir confiado, pero al volverse el oficial hacia la cabina de los pilotos, la mueca jovial se le borró inmediatamente.
Desde que había iniciado su entrenamiento intensivo en Campo Peldehue con las fuerzas especiales de la Brigada Lautaro, cada cosa que sucedía, Salmán se volvía hacia él para asegurarse que la había captado y sabía actuar en consecuencia. Entonces, sus magras dotes para el disimulo debían procurar lucirse, demasiado seguido para su comodidad, y muy posiblemente también para la del líder del equipo. Sin duda no estaba a la altura de estos soldados de élite, pero en el par de semanas de las que dispusieron, alguien juzgó más fácil convertir un cartógrafo en comando que a la inversa.
 
 
Sin saber qué se suponía que debía hacer en esos tensos momentos preliminares, miró su recargada mochila sujetada al poderoso cuatriciclo y repasó mentalmente cada bulto: 350 municiones de 5.56mm, cinco cargadores, dos granadas de humo y tres explosivas para el lanzador M203, el GPS y el faro táctico, las bengalas y balizas infrarrojas, la linterna, las raciones extra, tres cantimploras, la botella purificadora de agua, el cuchillo, el chispero de magnesio, la multi-herramienta, los guantes, la cinta plateada, el rollo de alambre, el botiquín con vendas, antibióticos, tijeras y fórceps… además de la muda de ropa, la red de camuflaje, la bolsa de dormir, y todo lo que ya llevaba encima, el casco con visor electro-óptico y su batería, el chaleco de kevlar, el abrigo, su carabina M4, su pistola FN-750 y otros dos cargadores de 9mm, su cartera con los mapas, el reloj, la laptop, la radio… la gruesa bufanda que le había tejido su madre… ¿cómo demonios iba a caminar por kilómetros con todo eso encima?
“Dos minutos” llegó a escuchar esta vez, aún estando perdido en sus pensamientos. Evidentemente, la adrenalina estaba obrando su efecto. Los comandos se pusieron instantáneamente en movimiento, situación que le causó algo de vértigo. Al parecer, algo había que hacer, pero él seguía sin saber qué. Llegó a ver que los hombres bajaban sus visores y se apuró a imitarlos, justo antes que la luz verde de la cabina de carga se apagara. No encontraba cómo prender el maldito aparatejo. Estaba a ciegas. Cuando lo logró, dos de ellos trataban de acomodar las planchas para el descenso de los cuatriciclos a pesar del estorbo de su presencia. Ya nadie estaba sujetado en su asiento ni tenía los auriculares puestos. Se apresuró a soltar las trabas de su cinturón para liberarse y ponerse en su posición… detrás de todo… donde no molestara. La puerta de la cabina se abrió y el estruendo fue aún mayor. Pegó su espalda a la pared contraria e instintivamente tanteó la manera de aferrarse a ella. La nave realizaba un giro cerrado y se inclinaba pronunciadamente de costado. Podía sentirse casi horizontal y mirando directamente al suelo por la puerta abierta delante, o mejor dicho, debajo de él. Si no fuera por la fuerza centrífuga, todos habrían caído al vacío, pero la visión estimula los instintos mucho más rápido de lo que la mente logra apaciguarlos racionalmente.
 
 
Al tocar tierra, la moto enduro saltó velozmente del compartimiento de carga y los dos comandos a los costados de las puertas bajaron los planchones para el descenso de los cuatriciclos y se apostaron junto a ellos con la rodilla en el suelo y las armas en alto apuntando a la oscuridad. Luego que bajara el segundo de los vehículos de carga. Munster sintió una mano aferrándolo fuertemente del brazo y expulsándolo hacia fuera. El Teniente trastabilló un par de pasos antes de perder el equilibrio y aterrizar de frente en la arenisca helada. Quiso levantarse pero el Cougar ya aceleraba para despegar y el empuje de las aspas se sentía sobre su cuerpo como un elefante muerto. La adrenalina, el ruido, el golpe y el esfuerzo lo habían aturdido. Cuando el helicóptero se alejó lo suficiente, pudo levantar la vista y mirar a su alrededor… no había nada. Ni la moto, ni los cuatriciclos, ni los hombres… sólo el eco de una hélice que resonaba lejana. Lo habían abandonado… temía que lo hicieran desde el primer día, pero no se imaginaba que fueran a hacerlo tan pronto… estaba perdido en medio del desierto, solo… armado hasta los dientes en un país vecino… la invasión más estúpida que jamás hubiera ocurrido… Destellos de luz… tal vez fueran gendarmes bolivianos viniendo a investigar. Se quitó los visores nocturnos para apreciar mejor la distancia, pero no vio nada. Volvió a colocárselos y el destello reapareció de inmediato. Ya no parpadeaba, sino que se mantenía fijo apuntándole de lleno. Volvió a quitarse los visores nocturnos para asegurarse, y el haz de luz nuevamente no estaba allí. “Maldita sea” murmuró para sus adentros, mientras se incorporaba y trotaba hacia sus compañeros de equipo. No quería ni imaginarse la cara del Capitán Salmán.
 
 

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