lunes, 1 de septiembre de 2014

16. El Vecino de Arequipa

Arequipa, Departamento de Arequipa, Perú.


Luego de la paliza que le habían propinado esos mocosos la noche anterior, Renato encaraba la madrugada con la bilis del rencor y la ira. Si serán cojudos esos cuatro, viniendo a apretar a un tipo de su contextura por robarle unos míseros soles de la billetera. La droga estaba volviendo estúpidas a las pandillas. Todos se sentían los intocables capangas de la mara Salvatrucha, pero en Chile les hubiera quebrado todos los huesos, y ningún juez habría dudado en dejarlos a la sombra por un par de años cuando salieran del hospital. Su único consuelo era que seguramente pronto alguien lo haría por él. En el inframundo del crimen, la estupidez es un peligroso atentado a la supervivencia. Estaba harto de este país, su corrupción, su suciedad, su barbarie. Ya quería volver a ser quien era. Pero en su especialidad, no había ningún lugar para ello.
Ni bien terminaba de levantar la persiana metálica oyó el rugido del motor, y un par de segundos después, el jeep del ejército peruano se detuvo arando frente a su licorería. Renato tuvo que hacer un enorme esfuerzo para reprimir su natural instinto de huida. “Haz lo que sabes – se repetía mentalmente – para esto te entrenaron”. A diferencia de un elemento de servicios especiales de los que pueblan las películas de acción, la forma más fácil e inútil que tiene un espía residente de delatarse es huir. Si te capturan, mejor que sea en público, en un lugar habitual, en una tarea cotidiana y con tu mejor cara de idiota. El espionaje no es una ciencia exacta y tus captores lo saben. Casi siempre vendrán con la duda de si deben hacer lo que están haciendo y cualquier cosa fuera de lugar te jugará en contra. Los residentes son los agentes más difíciles de desenmascarar.
-          ¡Joder, padre! ¿Qué te ha ocurrido? – se sorprendió el Cabo Maluendez al ver su cara amoratada.
-          Naa, unos pendejos me han roto por las zapatillas y la mochila que llevaba encima – le respondió tranquilizándose. Nadie venía a arrestarte con tan buena predisposición.
-          Hijoputas… – sentenció Maluendez - ¿Sábes dónde paran? ¡Los vamos a buscar y los hacemos cagar ahí mismito!
Por supuesto que lo harías. Eres un justiciero con los huevos de acero ¿no es cierto? Estás para salvar al pobre de a pie, para saltarte las leyes, para demostrarle a todos quién es el que manda. Maldito infeliz. No puedo esperar el día que me llegue la orden de matarte. Pero hasta entonces…
-          ¿De qué vas? ¿Qué haces por aquí? ¿Te has pasado una noche de abstinencia que vienes a buscarme a primera hora? – bromeaba con complicidad.
El Cabo Maluendez había sido su puerta de entrada al 14vo. Batallón, no debía olvidarlo, por más que luego tratara con el capitán al mando de su compañía, y desde hacía un par de meses, directamente con el coronel. Este joven de carácter débil y vocación militar por descarte, había ido recomendando su pisco artesanal por lo bajo en el cuartel, y el anzuelo había resultado. Pronto la operación de la inteligencia militar chilena colocaba en el corazón del comando de Arequipa un casi centenar de botellas mensuales, trasvasando en botellas comunes uno de los mejores piscos chilenos, y vendiéndolo entre esos oficiales y suboficiales a un décimo de su valor.
-          El jefe quiere verte – le informó el militar, y la sonrisa de Renato se desvaneció indisimulablemente. Iban a llevarlo al cuartel. Si algo iba mal, lo desaparecerían sin rastro. Su instinto se había agudizado.
-          ¿Habrá venido malo el pisco? – le preguntó al jovenzuelo aprovechando su real ansiedad para hacer más verosímil su tapadera – puedo ir adentro y llevarle un par de botellas al jefe, licor de marca – se excusaba mientras retrocedía hacia la entrada del negocio. Tenía un revólver .38 junto a la caja y la escopeta .12 recortada detrás de la puerta del depósito.
-          No, hombre, no. Todo lo contrario – lo tranquilizó Maluendez, con tal sincera naturalidad que le permitió relajarse. Volvió a bajar la persiana metálica y subió al vehículo con ellos.


El desorden en los pasillos del cuartel Salaverry lo sorprendió, pues no se correspondía con la prolija austeridad que se llegaba a ver desde los alrededores por sobre el muro perimetral. Para un cuartel general con una buena dotación de conscriptos a su disposición, había demasiadas paredes sin pintar, demasiados enchufes descubiertos, apliques de luz sin bombilla, canillas que goteaban y picaportes vencidos, el piso opacado de polvo, pilas de cajas amontonadas en el paso, colillas y papeles en los rincones. Riendo para sus adentros se preguntó si todo ese relajo se debía a su licor.
-          ¿Puedes traerme esto? – el coronel le mostraba la foto de un enorme rifle. Al parecer, su reputación había crecido. Este era un salto cualitativo considerable desde las bebidas, perfumes, zapatillas o electrónicos varios que los oficiales le encargaban que les contrabandeara desde Iquique.
-          ¡Coronel! – jugó su par de ases para espolearlo – ¡yo no puedo comprar algo así en la zona franca!
-          Eso ya lo se – lo desdeñaba amargamente el coronel – te pregunto si puedes traérmelo
-          Si mi coronel, por supuesto, lo que usté necesite mi coronel – accedía con toda humildad – si nadie me para de nuestro lado, nadie me va a parar del otro mi coronel pero – subió la apuesta – no es lo mismo a que me agarren con la chata llena de pisco mi coronel – el oficial trataba en vano de calmarlo – el loco de Aranda me entierra en Lurigancho si me engancha con eso – podía volverse fastidioso cuando quería – prefiero tirar la chata al río antes que me paren con eso encima…
-          Renato… Renato… ¡Mierda Renato! – su parloteo lo sacaba de sus casillas – Eso déjamelo a mi – le aseguraba cuando hubo recuperado su atención – Debes recogerlo aquí – le entregaba un papel manuscrito – partes mañana temprano.
-          Mañana mismo jefecito, seguro, lo que usté necesite  – se rebajaba indignamente – sólo quisiera preguntarle, digo, con todo respeto, si no es mucha molestia – a veces, había que resultar inimputable para no ser sospechoso – como no tenía pensado viajar sino hasta dentro de un par de semanas, tal vez pueda levantar algún pedidito por aquí… usté sabe… para cubrir los gastos del combustible y eso – este tipo de locuras era lo que diferenciaba los espías mediocres de los extraordinarios.
El Coronel había decidido darle cabida a este parásito indeseable recién después de mandar a unos soldados del Grupo Puma a amasijarlo un poco para ver su reacción. Más allá de su deleznable apariencia, el veterano oficial superior le veía fibra de militar y eso lo inquietaba. Pero no había ocurrido nada fuera de lo normal, salvo que sus “muchachos” se habían sobrepasado un poco. Ahora le concedería algún privilegio mundano para compensarlo. Una ruta liberada para sacar cosas de Chile era un recurso muy valioso.
-          Venga, pues – accedía el comandante con desgano – pero que sea rápido ¡Maluendez! Acompáñelo
Mientras el contrabandista recorría escoltado las instalaciones y se entrevistaba con los líderes de pelotón que estuvieran de guardia, iba levantando los pedidos en su teléfono celular, que inadvertidamente filmaba todo. Al cruzar el área de los talleres hacia la canchita de fútbol, vieron aparcado un imponente helicóptero de combate Mi-35. Con un silbido, Renato hizo notar su asombro al joven cabo.
-          Es el nuevo vehículo de comando – le confirmaba Maluendez – los oficiales van de acá para allá en ese tanque volador.



De vuelta en la licorería, Renato se conectaba para informar a su controlador de lo ocurrido. En su próximo viaje transportaría un rifle Barrett M82 calibre 50, seguramente robado de los arsenales de los “Cazadores” de Iquique, recibido de manos de un agente foráneo al que deberían seguir. Adicionalmente, aprovecharía también para pasar dos misiles antiaéreos portátiles FIM-92 Stinger. Ese Krokodil del General de la III División no iba a caer con menos que eso. De cualquier modo, inteligencia tendría mucho que estudiar de las entrevistas que había realizado con su cámara oculta.


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