domingo, 12 de octubre de 2014

21. Derecho del Mar

Palacio de La Moneda, Santiago, Chile.


Ambos periodistas extranjeros trataban de abrirse paso hasta la sala de prensa cumpliendo a desgano con los nuevos protocolos de seguridad. Hubieran tardado menos en ingresar a la Casa Blanca. Las credenciales de las dos agencias de noticias más importantes del planeta usualmente implican en el mundo occidental un perfil ya exhaustivamente verificado por su empleador.
-          ¡Reuters, Reuters! Bruno Blumenau – repetía por tercera vez en un mostrador de control el más veterano de ellos – y este es mi amigo Vincent, de Associated Press. Venimos del planeta Tierra, queremos hablar con sus líderes – bromeaba ante la madura señora de guardia, robándole una sonrisa. Aunque estuviera entrado en años para su vocación de corresponsal de guerra, el belga barbudo y corpulento con cara de bonachón todavía mantenía esa personalidad jovial y descontracturada que lo había hecho reconocible durante tres décadas en lugares para nada joviales y descontracturados.
-          Todavía lo tienes, old dog – le reconocía en murmullos su colega, luego que su encanto les garantizara como salvoconducto la escolta de la aguerrida funcionaria. A fuerza de su fulminante mirada y el bamboleo de sus voluptuosas caderas, lograba conducirlos por el costado de otro mostrador con cámaras de foto, un cacheo con perros husmeadores, un detector de metales y el aparato de rayos X.
-          ¿Que-de-monios está ocurriendo aquí? – le preguntaba asombrado a su joven colega, quien portaba un rostro tan azorado como el suyo. Vincent era más avezado en la tecnología y ya estaba grabando todo discretamente con su tablet bajo la axila –  ¿Quiénes son esos tipos? – le indicaba con los ojos un contingente de hombres orientales con trajes oscuros impecables.
-          Déjame a mi – se acercó a ellos el corresponsal de AP – ¿Anata-no Nihon-jin desu-ka? – arriesgó… sin éxito.
-          China – le respondió secamente el hombre oriental, que parecía no hablar una palabra de español, con el particular desprecio con el que el mundo mira a quien se equivoca, cuando descubre que se trata de un norteamericano.
-          Claro, China, por supuesto, lo lamento – se retiró el corresponsal, arrepentido de haberle hecho el honor a su arquetipo.
Bruno regresaba de colocar su grabador junto a la salida de audio justo para burlarse discretamente del bochorno de su amigo. Los presentes comenzaban a tomar asiento al tiempo que el personal de ceremonial emplazaba dos mástiles con las banderas de China Popular y los Países Bajos a los costados del estandarte nacional. Encabezando el panel, el canciller chileno mostraba un gesto adusto, dando a entender a los presentes que la conferencia de prensa no trataría sobre un tema protocolar. Los dos embajadores se sentaron a ambos lados mientras tomaba el micrófono para comenzar.


-          Esto  no es algo que uno ve todos los días – comentaba el belga mirando el panel – ¿dónde aprendiste japonés?
-          Te había contado que estaba estudiando artes marciales – le respondía Vincent, mientras sus dedos se movían como arañas envenenadas sobre su dispositivo – las clases de cocina y el idioma vienen en el combo – súbitamente dejó de teclear – ¿por qué está hablando de esto? Pensé que el tema del límite marítimo ya estaba terminado ¿Pesca artesanal ilegal?
Junto al panel, se proyectaban puntos sobre un mapa de la frontera marítima con el Perú. Los puntos partían de Illo, cruzaban el límite y cambiaban de color de blanco a rojo. La cantidad de puntos rojos era significativa; al parecer un 86% de ellos.
-          No está terminado hasta que no canta la señora gorda – el veterano garabateaba frases en su anotador – todo ese asunto del ISIS realmente te llegó ¿no es cierto? ¿Cuándo me vas a preparar algo japonés? – trató de relajar el asunto de los periodistas asesinados mientras trataba de entender qué era lo que estaba realmente diciendo el funcionario – hay que reconocerles el esfuerzo, pensar que ustedes invadieron Irak con mucho menos que eso
-          Conocía a algunos de esos tipos – volvía su amigo a teclear alocadamente – todavía no se preparar nada, el Buda que me enseña dice que antes de aprender a cocinar, debo aprender a manejar el cuchillo… eso fue como hace un año…bueno, ya entendimos, no respetan la frontera ¿y qué? Al menos nosotros le pusimos armas de destrucción masiva al asunto
-          Menos mal, sólo trataba de ser cortés, odio el sushi – dejó de escribir para ver al embajador neerlandés a los ojos – ¿están acusando a La Haya de filtrar información del fallo? Por favor, dime que esto está realmente pasando
-          Yo también lo odio, y el sake sabe a té de trapo sucio – el joven saltaba con la mirada incrédula del embajador hacia su colega – esperen, esperen ¿la policía holandesa tiene bajo custodia un miembro del Tribunal? ¿pueden hacer eso? ¿porqué la estaban investigando? En casa algunos van a estar muy contentos con esto…


-          Detalles, detalles… así que la sospechosa está presa incomunicada en China, la causa se está instruyendo bajo secreto de sumario en Holanda, y el dinero está congelado en una cuenta codificada en Bahamas – revisaba la garabateada hoja de su anotador luego de la intervención del diplomático chino – prepárate para lo mejor, no creo que podamos volver a escalar este fin de semana.
-          ¡Es una locura! – tecleaba en su tablet con una mano y con la otra marcaba en su celular – Ellos no respetan la ley, ustedes no respetan el laudo ¿cómo es que la misma juez estaba también resolviendo en la demanda con Bolivia? Maldita sea, mañana me tienen que estar llegando las nuevas sujeciones de rappel
-          Y mientras tanto, van a voltear la mesa y desconocer el tribunal, el laudo, la convención del mar – una puntada en su pecho materializaba la angustia de penas pasadas. Lo había visto repetirse varias veces. Parecía lógica civilizada, pero era un ciego curso de colisión racionalizado – no te hará mal trabajar de vez en cuando – atinó a decir, sin suficiente ánimo.
Por alguna razón le vinieron a la memoria sus días en Georgia. Hacía casi una década que había conocido a Vincent en Ingusetia. Ese mocoso engreído que seguía el conflicto en Chechenia y se había sumado a su ronda de tragos en ese bar de mala muerte perdido en pleno campo de batalla. 120 kilómetros lo había trasladado hasta un hospital en una camioneta ametrallada. Una hora, o dos, manejando con una mano y presionando su herida con la otra. De los tres heridos, sólo había sobrevivido él. Johann había muerto en la falda de Tanya, y ella expiró abrazada llorándolo. Los envidiaba. Debía cuidar a Vincent. Vuelve a trabajar.
Los diplomáticos se retiraron sin aceptar preguntas, pero salvo el normal murmullo posterior, no había habido ninguna reacción sanguínea de algún colega a tan sorpresivo anuncio. Evidentemente, no habían periodistas peruanos ni bolivianos acreditados. Caminó hacia la salida de audio para recuperar su grabador y al levantarlo notó una moneda de un penique pegada a él.


-          ¿Le estás siendo infiel a Matilde? – lo quitó el joven norteamericano de sus tribulaciones – tu reina es más linda que ella. Ya envié el borrador del cable, 800 palabras ¡I’m on fire! ¿Almorzamos? – luego notó la seriedad de su compañero – ¿qué te pasa Bruno? Es mierda, hermano. No pasa nada. Lo van a publicar en la sección de chistes. No van a poder mantener ese cuento por mucho rato – pero su aliento no estaba dando resultado – ¿qué te pasa? ¿qué es eso? – le señaló el penique.
-          Aparentemente alguien les cree – afirmaba gravemente – y considera que yo también debería…

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