lunes, 27 de octubre de 2014

23. Órdenes Secretas

Océano Atlántico, 100 millas al sudeste de las Islas Malvinas.



Aún después de 18 meses a su cargo, el Capitán Brown nunca terminaría de acostumbrarse a la penumbra y el sombrío silencio que reinaba en el puente de mando del submarino nuclear de ataque MHS Astute. Nunca había experimentado nada parecido en sus veinticinco años en el Silent Service. Quien hubiera diseñado este opresivo monasterio subacuático, no debía tener idea de lo que significaba estar durante semanas encerrado sin tomar aire ni ver la luz del sol. Si bien el coloso de 8000 toneladas se desplazaba haciendo menos ruido que un bebé de delfín, habían llevado demasiado lejos el costo humano para lograrlo.

Dudó si el minuto de silencio in memoriam que acababan de realizar había sido una buena idea y le resultaba ridículo en retrospectiva. La atmósfera era aún más lúgubre que de costumbre. Como Capitán, tendría que haber entonado “Heart of Oak” o alguna de esas tradicionales canciones de mar para que el resto de la tripulación lo siguiera, pero la idea le había llegado demasiado tarde y ninguno de sus oficiales había suplido su falta de iniciativa. A veces se permitía considerar si sería posible que esta nave estuviera maldita. A pesar de su rango, para desgracia de su segundo, el Almirantazgo lo había puesto allí para barrer con todas esas supersticiones. Pero el último año y medio habían resultado ser lo más deprimente de su carrera. De alguna manera, el constante silencio los retrotraía de la realidad que los rodeaba… o él ya estaba demasiado viejo para esto… o la Royal Navy había cambiado demasiado…


El Oficial de Comunicaciones había ingresado al puente como un fantasma, para susurrarle de un mensaje eyes-only recién llegado. El Capitán se incorporó extrañado y se dirigió al cuarto de comunicaciones para recibirlo personalmente. El ruido de su cuerpo sudado al despegarse de su sillón de cuero había llamado la atención de todos. No había encontrado forma de evitarlo. Una combinación de pequeños descuidos constructivos, se habían combinado para crear una nave demasiado calurosa y demasiado húmeda.

Con su partida, el Comandante Gould debía tomar el mando, pero patrullando estos mares helados del fin del mundo, no había realmente nada en el océano a 200 millas de ellos que ameritara su atención. Se escabulló discretamente detrás de su Capitán. Al llegar al cuarto de comunicaciones, los hombres del equipo estiraban un poco las piernas afuera. Probó el picaporte del cuarto pero, como lo indicaba el estricto protocolo de seguridad, se encontraba trabado. Se sintió incómodo dándose cuenta de cómo los marinos alrededor evitaban observarlo. Él no tendría que estar ahí y menos dentro del cuarto donde el Capitán recibía un mensaje confidencial.

Cuando la puerta finalmente se abrió. El Capitán frunció el seño con seriedad al ver a su segundo allí.
- Envíe esto – le dijo al Oficial de Comunicaciones, extendiéndole un papel. Percibiendo la tensión, los marinos retornaron a sus puestos prontamente sin pronunciar palabra y cerraron otra vez la puerta de su estrecho cubículo.
¿Bueno? ¿Qué pasa? – finalmente le preguntó Gould intrigado al Capitán. Por más formalismos que requiriera el protocolo, eran buenos amigos y habían trabajado juntos o cerca, en distintos buques y formaciones durante más de una década.
Llame al Oficial de Navegación – le respondió secamente Brown – Fijaremos curso hacia el Mar de Grau. Ni una palabra a la tripulación sobre esto. ¿Entendido?

La respuesta lo sorprendió completamente. Quería volver a preguntarle nuevamente lo mismo, pero ahora ya no se atrevía.
- Y Comandante… – lo interrumpió antes que se retirara; la expresión del Capitán era severa – Si vuelve a abandonar su puesto, volverá a Faslane como guardiamarina.
- Si, Señor – respondió incrédulo Gould – Lo lamento, Señor. No volverá a suceder.



El segundo al mando lideró el regreso, cumpliendo con el debido anuncio de “Capitán en el puente”, que en otra época requería que toda la cabina se pusiera de pie y saludara.

- ¡Timón! – pronunció con firmeza el Capitán, en lo que pareció un grito – Todo abajo, llévenos a 450 metros.
El Oficial de Maniobras de inmediato se puso a apretar botones rápidamente en una pantalla. Las luces de todo el buque cambiaron de verde a rojo, pero ya no sonaba la tradicional corneta.

- ¡NO LO ESCUCHO! – gritó el Capitán, causando un estruendo que dejó pasmada a toda la tripulación. Nada había hecho tanto ruido en la nave desde que encallara en Escocia a poco de ser botado.
Sí, Señor… – respondió el Oficial de Maniobras – Planos abajo 35, burbuja de 20 grados, estabilizar en 450 metros – pronunció en voz alta, golpeando en el hombro a los jóvenes operadores a su costado. “Planos 35 abajo, hasta 450 metros” repitió tímidamente el joven a su vez, “burbuja de 20 grados” coreó el otro, dubitativo de qué debía hacer.
¡Todo al frente a 25 nudos! – volvió a gritar el Capitán. “Al frente, revoluciones para 25 nudos” sintió el eco de su mensaje.

El Capitán Brown se desplomó sin culpa sobre su silla, disfrutando los ecos de las órdenes llenar de vida la cabina. No había logrado resolverlo hasta ahora. Lo que esta lata embrujada necesitaba, era el espíritu del Jolly Roger.


A su lado, el Comandante Gould lo observaba preocupado. A pesar de estar dentro de los parámetros originales del fabricante, desde las reparaciones por el accidente, nadie había vuelto a llevar al HMS Astute a esa velocidad a esa profundidad.

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