miércoles, 3 de diciembre de 2014

27. Cuentagotas

Fiscalía General de Investigaciones Administrativas, Buenos Aires, Argentina.



A media mañana ya estaba agotada. Durante la madrugada, no había podido pasar ni medio café con leche, rumiando su ansiedad sola, en la penumbra de su cocina, mucho antes que se levantaran Germán y los chicos. Había huido con su bolso lleno de papeles ni bien el ruido lejano del despertador la amenazara con que su momento de sopor autoindulgente se interrumpiría de manera inminente. Llegó al aeropuerto de Neuquén dos horas antes del horario de embarque, con una anticipación más que generosa para una terminal que atendía tan solo dos vuelos de cabotaje por día. Odiaba Buenos Aires. Tendría que haber viajado en ómnibus, de manera de apaciguarse mirando las pampas por la ventana. Qué lugar hacinado, hediondo, nauseabundo…
La Capital contagiaba su vorágine, incluso a los menos habituados. Al bajar del taxi en pleno barrio de Once, pisó mal y se torció el tobillo. Las carpetas de copias del expediente resbalaron hacia la vereda, mojada por esa llovizna intermitente que persistía sobre la ciudad desde hacía diez días. El niño que mendigaba el cambio sosteniéndole caballerosamente la puerta, inventariaba ávidamente con la mirada los contenidos desparramados de su cartera. Un ejecutivo ensimismado en su conversación telefónica pasó por encima de ella como si fuera una pila de escombros para zambullirse en el taxi. Odiaba Buenos Aires. ¿Cómo es posible que Dios atienda en este infierno de gente egoísta, brutal e indiferente?


-          Estuve leyendo sus informes Dra. Alberti, su progreso ha sido asombroso – la recibía en su despacho el veterano Fiscal General, con un tono de profesor decimonónico tan neutro que no dejaba en claro si realmente se encontraba satisfecho por ello.
-          Yo estoy tan asombrada como usted, Doctor, de ahí mi preocupación – tomó coraje para decir lo que había viajado 1200 kilómetros para decir – creo que alguien nos está alimentando la información; llevando la causa de las narices.
Se detuvo esperando su reacción, pero su jefe se mantuvo en silencio, apretando el labio, como obligándose a pensar mil veces cada palabra antes de pronunciarla. Era de piedra o no estaba sorprendido. ¡Dale, decilo de una vez! Sabía que la respuesta iba a estar acá. ¡Hablá, carajo, de una vez! ¡Ah! La gran… me hizo saltar. Te salvó la campana. Sí, por favor doctor, atienda nomás. ¿Hablá en código? No se preocupe, no lo escucho. Me hago la distraída y todo. Eso fue breve. ¿Y?
-          ¿Usted no toma café, no? – dio por sentado el Fiscal, ya de espaldas y en lento camino a la puerta – Voy a decirle a Irene que me prepare uno y ya estoy con usted – manoteó su impermeable, su sombrero, su bastón y abandonó el despacho.
Me estás jodiendo… Se quedó sola, sentada. Todos sabían menos ella. Viejode… La estaban usando. Esto no estaba bien. No lo quería. No se lo había buscado. Vaca Muerta era el quilombo más grande de la historia de la Provincia y tal vez uno de los más grandes de la historia de Argentina, un país que de por sí tenía su largo prontuario de quilombos. Por esas putas jodas del destino había caído en sus faldas. Tenía que fumárselo… o dar un portazo. Qué mala leche carajo…
-          ¡Doctora Montejano! – se incorporó de un respingo al ver entrar a la Procuradora General de la Nación, la jefa de todos los fiscales del Estado – el Doctor Núñez tuvo que salir un instante – se excusaba nerviosa ante su presencia, la Procuradora tenía notoria fama de ser una leona con los propios y una hiena con los ajenos – si quiere puedo pedirle a Irene que lo localice, a su secretaria que lo localice, si quiere, a la secretaria de él – estúpida, estúpida ¡estúpida!
-          No me salude Dra. Alberti, todavía no decido si estoy aquí – se acomodaba en el escritorio como si fuera el propio – siéntese y tranquilícese, no vengo a verlo a él – por supuesto, la aclaración lograba el efecto totalmente contrario – la escucho.


-          Si, claro… mhm – se aclaraba la garganta seca, volviendo a sentir el dolor en el tobillo torcido – Principalmente estamos trabajando sobre la línea de investigación oficial, que son las irregularidades en las compras y contrataciones de YPF en Vaca Muerta, limitado solamente a lo que tenga que ver con las perforaciones y los pozos – arrancaba su exposición por lo obvio, dando a entender además, que conocía los límites que la política imponía a su jurisdicción – ahí puede estar el meollo de la cuestión porque alguna deficiencia en los materiales o los procedimientos fue lo que originó el desastre… – su interlocutora la observaba con severidad, amedrentándola – por ese lado, todo apunta a unos tubos de la proveedora local Petro-Ingeniería, que ya sabemos quiénes son… – cediendo a la tensión, se llamó prudentemente al silencio.
-          ¿Qué desastre? – con un gesto inquisidor, la Procuradora se reclinó hacia delante sobre el escritorio. Uuuuy, no… Está metida…. La puta madre… Se viene la noche… – ¿te preocupa la contaminación? ¿los indios? ¿el agua te preocupa? ¿el desierto? – la increpaba inclemente – Olvidate de eso… se lo mando a la UFIMA – la Fiscalía para delitos contra el medio ambiente – ellos le ponen un número a los daños, lo arreglamos con el Gobernador y listo.
-          Si… bueno… – intentaba deslizar la Fiscal – “el número” tiene que tener algún responsable.
-          ¿Te preocupa el responsable? – volvía a la carga la Procuradora General con sobreactuada indiferencia – ¿Hasta dónde va a rebotar? ¡Olvidate! Están hasta las manos… todos. Tiramos esto; los prendemos fuego a todos. No hay vuelta que darle.
-          No... está bien, eso me queda claro – se defendía – pero alguien me está tirando con carpetazos para que los incendie…
-          ¡Ése es tu culpable! – la señalaba la funcionaria con avidez – Ese “alguien” es el que armó todo esto – volvía a recostarse, con aire de satisfacción, en la cómoda silla del Fiscal General – ¡y te digo más! – sonreía – ese “alguien” no tiene una puta idea de cómo funciona la Justicia en Argentina.
La Dra. Alberti meneaba la cabeza confundida, sobrepasada, resignada, frustrada. Por más que se resistiera, su cerebro seguía hilando varios cabos en simultáneo. El responsable. Olvidate. El desierto. Tu culpable. Ese alguien. Petro-Ingeniería. La morgue. El disparo.
-          También tengo un muerto – volvía en sí – era la pieza clave para desentrañar todo el armado – esta vez la Procuradora la dejaba explayarse – la compra de los tubos tiene su gancho… tenía acceso a todos los documentos… vivía muy por sobre sus medios… su secretaria también desapareció… fue al que le volaron la cabeza en el asunto ese del videito del pozo… fue el primero de todos… – algunos de los cuales ella conocía. Se llevó la mano al rostro y el pelo, apesadumbrada.


-          Milagros – la Fiscal se sorprendió de que conociera su nombre de pila y la llamara por él – esto no es acerca de vos, ni de mi, ni de nadie – se arrimó para contenerla – este asunto volteó los directorios de las dos empresas más importantes de acá y de Brasil… y eso a su vez sacudió a varios Ministros del Gabinete, de acá y de Brasil, y puso en jaque a dos presidentes.
Milagros la escuchaba con suma atención, a esa altura dispuesta a creer lo que sea que le dijera. Su voz tenía un efecto hipnótico.
-          Yo sé que varias veces escuchaste que cuando salta un escándalo de corrupción, es que hay una “conspiración internacional tratando de voltear al gobierno” – se atajaba la sagaz funcionaria con un dejo de ironía. A ambas se les escapó una sonrisa – Pero en serio, nos están alimentando la investigación porque esperan que hagamos lo que quieren que hagamos…
-          Tenemos que salirnos de esa – sentía resurgir sus fuerzas a medida que la indignación se apoderaba de todo.
Comprendía finalmente la línea, aunque no todas sus implicancias. No le importaba. Se había conectado con su bronca. Se reconocía a sí misma. No le sentaba bien ser parte del paisaje. Como fiscal, era una locomotora cuando encontraba su Norte. Lo necesitaba.
-          La justicia argentina nunca fue famosa por ser expeditiva – la reafirmaba la Procuradora – yo me encargo de la presión. Ahora nos sacamos una foto juntas y la hago circular. Mientras tanto, tené todo armado para cuando yo te diga, pero por ahora, esto se filtra a la prensa con cuentagotas.
Si bien su subordinada asentía visiblemente más tranquila, la Procuradora la notaba dispersa y no dejaba de buscarle la mirada para enfatizar aún más su instrucción.
-          Con cuentagotas, Milagros, con cuentagotas.


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