martes, 9 de diciembre de 2014

28. Lealtad

Country Club Nordelta, Provincia de Buenos Aires, Argentina


La fresca brisa mecía los pinos del jardín, vistiendo con su susurro el silencio de la plácida noche de verano. Después de compartir el asado, los tres comensales satisfechos se reclinaban bajo el cielo despejado, salpicado de estrellas, a disfrutar del Syrah sanjuanino que la ingeniera había aportado como atención, al íntimo festejo de cumpleaños del padre de Alonso. Presentarle a Agustina era una manera de volver a tender un puente entre ambos, y en última instancia, agradecerle sin tener que agradecerle, por convencerlo de meterse en el Grupo Fénix. De alguna manera, había resultado bien. El proyecto tenía más roscas y aristas de las que esperaba, pero lo había mantenido activo y despejado. Gracias a ello, él reconocía que hoy tenía una rutina y un aspecto mucho más normal. Fumaba menos, bebía menos, se afeitaba y salía de su cama todos los días. Se había hecho una nueva amiga…
De todos modos, no quería descuidarse demasiado. Estaba claro que la charla de la sobremesa prometía ser menos intrascendente que la de la cena. Los rituales de la casa, la familia, la parrilla, la torta y el vino invitaban a sentirse en confianza, y ni su amiga ni su padre tenían pelos en la lengua.
-          Así que… me alegro que se lleven bien… – se decidía a entrar en tema el anfitrión, usando como aviso un brindis de alevosía – ¿genera rumores eso, o ya la cosa es menos retrógrada que en mi época? – Gustavo intentaba minimizar el atrevimiento.
-          No creo que haya cambiado tanto – sonreía Agustina con complicidad – de hecho el rumor es que nos acostamos.
Padre e hijo quedaron enmudecidos. “Wow, no lo sabía ¿porqué le sonreís así a mi viejo?” se atragantaba Gustavo. “Jeje, me cae bien esta piba… linda piba.” la miraba su padre de forma libidinosa.
-          Le confieso José, que la idea en principio fue mía – continuaba su jugueteo insinuante – pero él también aportó lo suyo, cuando nos encontraron abrazados encerrados en un baño – lo hacía sonar mucho más idílico de lo que había sido.
A pesar de su incomodidad, Gustavo se encontró con que no se atrevía a aclarar que el rumor sería simplemente un rumor, y que él no había siquiera oído nada parecido. En especial tratándose de ella, que se mostraba tan reservada con los demás. Él se había contenido particularmente de ahondar en su vida privada. Había algo ahí, en su corazón, una herida, o algo que faltaba, una tristeza, un dolor. No se había atrevido a tentarla. Quizás por primera vez ahora se permitía sonreírle a la idea de tener un “algo” con Agustina.


-          Muy bien – terminaba de reírse el viejo – tengo que preguntarte algo, en confianza – le anunciaba a su hijo – pero se trata de una propuesta que le puede interesar a ambos – a un tipo tan conectado, la postura inocente le sentaba un tanto inverosímil.
-          ¡Basta! ¡Pará! – lo censuraba su hijo – No quiero quilombos ¿Puede ser que no la dejes pasar ni el día de tu cumpleaños?
-          Hace un par de semanas me encaró el cordobés de los motores – hacía caso omiso a su caprichito – ¿Te acordás, con el que fuimos a ver la carrera en Río Hondo? Me comentó que estaría necesitando una “asesoría técnica” para presentarse en los concursos públicos del Ministerio… al parecer tuvo algunos inconvenientes con sus ofertas previas…
-          No es necesario ponerse en misteriosos, sé de quién están hablando – los desdeñaba la ingeniera – fabricó los motores para nuestros drones clase I – los más pequeños – se quedó afuera de los clase II – los medianos – y evidentemente ahora quiere hacerse con el negocio de los más grandes – parecía bastante informada para alguien que se dedicaba a los cohetes.
-          Como sea. Ninguno de nosotros tiene la “pericia técnica” para “asesorarlo” – insistía Gustavo con sarcasmo – ni está en el “comité evaluador” de los “concursos públicos”. Así que podés guardarte tu chanchullo.
-          ¿Me estás jodiendo? – lo encaraba Agustina – vos como Enlace Civil tenés que dar tu no-objeción a las contrataciones… sin tu no-objeción no hay contrato – él la miraba descolocado. ¡Sonreía la guacha! ¿Estás en pedo o sos tarada?
-          Sólo necesita tener una idea más clara de los parámetros técnicos del proyecto – le suavizaba José la propuesta, eligiendo cada palabra de manera cuidadosa – para poder adecuar mejor su propuesta a la funcionalidad general del prototipo.
-          Es un tipo peligroso tu viejo – era irreconocible con dos vasos de vino encima – ¿seguro que me vas a dejar durmiendo acá con él?
Sintió la presión de ambos observándolo. “Si, seguro podés quedarte en la casa; sobran cuartos” o en el departamento… yo… duermo en el sillón… no hay historia… Lo había postergado demasiado. Esto se estaba poniendo demasiado bizarro.
-          ¡Dejate de boludeces vos! – la reprendía – ¿Qué querés? ¿Llegar más lejos “acostándote" también con él?
-          ¿Por qué no te callás la boca, pedazo de forro? – le retrucaba ella sin reír – ¿O vos llegaste donde estás por tu talento?
Touché. El ambiente plácido y jovial se había amargado. Agustina y Gustavo no se conocían mucho, pero al parecer sí lo suficiente para darse puñaladas arteras donde sabían que dolía. Estas chiquilinadas estaban desviando el eje de la conversación.
-          Paren un poco… paren… tranquilicémonos… nadie se va a acostar con nadie… – mucho me temo, procuremos retomar el asunto dejando de lado los enredos de pareja – la cuestión acá es otra: acá hay información… hay un interesado en esa información… ustedes tienen acceso a esa información… y hay buena guita de por medio…
-          La información es secreta – lo cortaba en seco su hijo – es espionaje.
-          No, no, no – buscaba él minimizar la cuestión – ¡Si el tipo es recontra argentino! Un tipo de confianza, conocido…
-          No seas pendejo, Gustavo – lo denostaba sin siquiera mirarlo – todo se consigue en algún mostrador.
-          ¡Me cago en el mostrador! – estalló el responsable del Grupo Fénix – ¡Me cago en vos, y tus putas matufias! – le espetaba a su padre, que lucía inconmovido – ¡y en vos también! – se dirigía a ella, dolido de desilusión – no tenés un puta idea de con quién estás hablando… ¡Nunca! ¡En tu puta vida! Vuelvas a mencionarme algo así… zorra de mierda – se le escapó.
La ingeniera Huergo se levantó en silencio, y se dirigió a la salida, manotenado de pasada su cartera y su abrigo. El anfitrión miraba a su hijo con resignación.  Cuándo vas a aprender… los negocios son los negocios, y las personas, personas.
-          Andá a buscarla, pelotudo… – le aconsejó como padre – no se va a ir del country caminando…

Al salir de la casa tras sus pasos, Gustavo descubrió que entraba por la puerta trasera de un imponente sedán con vidrios polarizados. Se dirigió dubitativo hacia el vehículo. Por la ventanilla delantera abierta, asomaba en el asiento del acompañante un hombre corpulento. Junto a él, había otro hombre de traje conduciendo. Al acercase, pudo notar el cable del auricular en su oído.
-          ¿Quiénes son ustedes? – les preguntaba desconcertado.
-          Preste atención, Alonso… el Comodoro Piñeiro lo recibirá en la base de Merlo – lo notificaba con tono marcial – y en cuanto a su padre… es un hombre de edad… ya es tiempo que se retire – los ojos del hombre estaban vacíos, no movía las manos ni gesticulaba – en Montevideo, o Punta del Este… asegúrese que sea esta semana.
-          ¡Ey! No se quienes se creen que son – se envalentonó indignado, pero el agente descendió del vehículo y dos segundos después tenía una pistola a cinco centímetros de su frente. José Alonso presenciaba petrificado la escena desde la puerta.
-          Esta semana.
  

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