jueves, 22 de enero de 2015

30. Calificadoras

Lima, Perú



Su voz de fastidio al atender pondría de inmediato a su interlocutor en circunstancia. Algún día podría ser importante, pero seguro tampoco hoy. Ella debía ser la única que podía despertarlo llamándolo a las cuatro de la mañana. Era demasiado estúpida como para entender que hay seis horas de diferencia entre Italia y Perú. ¿Qué demonios puede estar pasando que sea tan urgente? ¿Algún problema con la tarjeta de crédito te está privando de comprarte el centésimo par de zapatos?
Frankfurt debe haber abierto ya. Golpeó el teclado de su laptop para quitar el protector de pantalla. Ahora que su tercera esposa estaba de viaje, podía dormir junto a ella, y sentía que había ganado con el trueque. – ¿Te parece momento para bombardearme con tus reproches? – Bloomberg. No te veo sufriendo tanto, viajando a Europa diez veces al año a mi costa. “S&P: Perú pierde investment grade”. Wow… – Mira, ahora tengo que trabajar ¿podemos hablar en otro momento? – ¿Qué demonios? ¿BB-? – Si, ya sé que son las cuatro de la mañana. ¡También es temprano para estar regañándome! – “una baja de calificación adelantada por Dagong que probablemente será acompañada por otras agencias” – ¿De qué wea estás hablando, mujer? ¡No vamos a cambiar de colegio a los chicos! – ya tengo pagada su matrícula hasta la universidad, y deducida de mi impuesto a las ganancias. Ahora se quedan allí. ¿DBRS también? Tenemos algún margen ahí… hmmm. Si, vete a comprar zapatos a ver si se te despeja la histeria.
Echado en su amplia cama king-size, en paños menores, el corredor de bolsa aprovechaba lo que podría ser uno de los pocos momentos de tranquilidad en su día para hojear el informe de la calificadora de riesgo internacional, que degradaba la deuda pública del Perú. Iba a ser el tema del día. Contenía términos un tanto quisquillosos para con asuntos típicos de la política de un país en vías de desarrollo. Esos cuellos blancos parecían no poder separar las estupideces de la política de la capacidad de hacer negocios. Buenos negocios. La paradoja del Tercer Mundo. De hecho, cuanto más estúpida es la política, mejores son los negocios.
El timing del informe era brutal, podrían haberlo emitido unos días antes. Como noticia de último momento, iba a causar más efecto. Iba a hacerlo quedar mal con sus clientes. El Banco Central peruano tenía previsto ese día hacer una colocación de Letras del Tesoro que se vería seriamente perjudicada. Tenía a varios apalabrados para comprar, pero las cosas cambiarían con los titulares haciendo eco del informe en los diarios de la mañana.
El corredor no fue el único que durmió poco esa noche. Los técnicos de Dyrah mientras tanto lanzaron una actualización automática del software para los Operadores de Alta Frecuencia de sus clientes.
Cuando “la María” entró en la habitación para descorrer las cortinas y dejar entrar los primeros rayos de sol, el corredor hacía casi tres horas que estaba analizando toda la información del mercado para ese día. Si sabían manejarlo, no tenía por qué ser tan grave.
-          Don Eusebio, usted trabaja demasiado – lo reprendió amablemente la corpulenta dominicana, acercándole el carrito con su desayuno – Ya ha llegado la señorita Elizabeth – le comunicaba sonriendo con complicidad – ¿Quiere que le diga que pase?
-          No, gracias, María – corría la maraña de dispositivos desperdigados en la cama para poder levantarse – el día ha comenzado agitado y debemos irnos temprano – todavía no había dado el primer paso del día y ya le dolían las articulaciones. Trabajar desde la cama tenía lo peor de sus cotidianos vicios de sedentario. Recuperó el vigor bajando la pastilla de la presión con un buen trago de jugo de naranja recién exprimido, con hielo, azúcar, una hoja de menta y jengibre. Era su curandera la María.
-          Sea compasivo, patrón – le bromeaba mientras tendía la cama – que la señorita está muy pálida ¡y usted puede darle sabor!
Eusebio Cala se estiraba caminando hacia el cuarto de baño para ducharse, riéndose para sí del inmerecido cumplido. No gracias. La señorita Elizabeth era tan frígida como su segunda esposa. Ahora tenía otras cosas que pensar. Era previsible que el mercado de bonos y futuros peruanos se ajustara siguiendo la caída de la calificación. Presión cambiaria, aumento de tasas. Dónde ir. La clave era dónde ir. Algunos trabajaban de plomeros en el Titanic, pero a él no le asustaban los naufragios. Vendía botes salvavidas.


En el auto, Elizabeth lo acosaba con el tema de su mujer y el colegio de los chicos. La bruja parecía haber encontrado en ella a una aliada. Pero debería esperar. Los ejecutivos ya estaban recibiendo las noticias de la mañana y pidiéndole explicaciones al respecto.
-          Está bien – accedía finalmente su cliente, luego de una charla demasiado larga para una mañana demasiado vertiginosa – si consigues convencer a otros 300 millones, puedes anotar mis 30 – había recuperado el primero de sus compradores de las Letras del tesoro. Con una condición, pero cumplible; una fórmula a la que había recurrido en otras oportunidades, una especie de “argumento de manada”. De los 600 millones apalabrados, debía reconvencer a la mitad para hacerlo realidad.
-          ¿Para qué mierda quiere una cuenta en Euros para los gastos del colegio? – le reprochaba ya harto a su secretaria.
-          Porque es un colegio italiano… en Italia – le aclaraba lo obvio, con cierto gesto de reproche. El teléfono volvía a sonar.
-          ¿Hola? ¡Don Ramón! – en persona, su cliente más poderoso… y peligroso. Malditas mujeres. Lo demás debería esperar.
Con un ademán nervioso, le indicaba a Elizabeth que detuviera el auto. No quería perder esta llamada por entrar en la cochera. Podía ser malinterpretado y eso podía acarrear consecuencias inesperadas. La muchacha le transmitió presurosa su orden al chofer, quien detuvo de inmediato el auto en doble fila. A pesar de las bocinas e insultos, la voluntad del jefe precedía a cualquier norma de tránsito.
-          Un amigo colombiano me ha comentado que las cosas van a complicarse en la Bolsa – en vano sería indagar quién carajos era su amigo, qué autoridad tenía para opinar o qué significaba que las cosas se complicarían.
-          Sus inversiones son seguras, Don Ramón – buscaba tranquilizarlo el operador – pero si esa persona merece su atención, también merece la mía – a veces se preguntaba si no iba demasiado lejos – si quiere puedo mover, digamos, 50 o 60 millones y colocarlos en unos nuevos bonos que salen hoy, muy seguros y a buen precio, que estoy recomendando a mis clientes – con una sonrisa, le guiñaba un ojo a Elizabeth buscando su complicidad. No la encontró. Perra frígida.
-          Yo tengo con usted una relación de confianza, Eusebio – retomaba – le confío a usted mi dinero para cuidarlo, dinero que ha costado sangre, sudor y lágrimas – “literalmente”, se imaginaba – si usted me dice que compre sesenta, yo compro sesenta, la decisión es suya – era difícil explicarle a un hombre tan frontal que “técnicamente” no funcionaba así.
-          Gracias, Don Ramón, aprecio mucho su confianza – decía humildemente, con un sincero nudo en el estómago. Ahora estaba apostando a su criterio mucho más que el dinero de alguien más. Estuvo unos minutos hipnotizado frente a su laptop, antes de confirmar la operación. Su dedo temblaba sobre la tecla ENTER. Entre bocinas e insultos, Elizabeth lo miraba angustiada.


Nunca había un Casual Friday en su oficio. Antes de la apertura, ya la oficina era un hervidero de mensajes, cálculos, proyecciones y apuestas. El ambiente se contagiaba enseguida, invadiendo los sentidos y azuzando los instintos como una raya de cocaína.
-          Está el rumor que los chilenos van a adelantar su salida – lo abordaba uno de sus subordinados a los pocos pasos de entrar – ¿Qué hacemos? ¿Compramos? Son empresas sanas…
Venían amenazando con desinvertir, luego que el gobierno pusiera la lupa sobre sus marcas como una faceta más del estúpido ida y vuelta nacionalista que se venía gestando. Si estaban decididos a achicarse, no era una mala movida. Todavía la presión no había afectado su cotización y con un dólar fortalecido y la plaza huyendo de los títulos públicos, sus acciones resultarían más atractivas. En particular con expectativas de inflación y tasas deprimidas, el retail se constituía como un buen refugio a expensas del ahorro.
-          No te costará nada venderle la idea a tus clientes, mientras no les digas que no ganarán dinero con ella – le advertía con clara ironía – Van a vender en un mal momento para comprar algo que no rinde lo que vale.
La sabiduría del consejo no llegaría a impactar al ávido jovenzuelo antes que las notificaciones del celular arrebataran su atención. Si era una idea fácil de vender, él la vendería y cobraría una jugosa e inmerecida comisión por ello. Después de todo, estaría vendiendo “seguridad” y en finanzas, eso no necesariamente implica réditos. Así que todos contentos.
-          ¡Condenado hechicero de la magia más negra! ¡Sesenta millones! ¡Por teléfono, desde el auto, antes de llegar a la oficina! – su jefe le daba una efusiva bienvenida – ¡Aprendan mocosos! ¡Este tipo puede venderle arena a un beduino! – reía.
Festéjame, desalmado chupacabra, me lo merezco. Acabo de servirte seis cifras para el desayuno. Sigue el acto del apretón de manos con un medio abrazo de dos palmadas en la espalda, ambos mirando a los demás por sobre el hombro del otro. Aprendan críos. Se como hacerlo feliz. Sabe como recompensarme. Sabe como hacerme feliz. Sabré recompensarlo. Dinero, dinero, dinero.

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