martes, 17 de febrero de 2015

32. Lima 1315

Lima, Perú.


Luis disfrutaba de holgazanear un rato más en la cama, deleitándose viendo a Sherezade pasearse semidesnuda de aquí para allá mientras se secaba el pelo, se encremaba, tomaba sus vitaminas, elongaba, elegía qué ponerse, y todas esas cosas que cada mañana hacía una mujer tan incomprensiblemente vital desde el minuto que se levantaba. Él estaba dispuesto a encarar ese viernes de forma relajada. La noche anterior habían salido, tomado, comido, tomado, bailado, tomado y vuelto al penthouse a revolcarse hasta que el sol comenzaba a despuntar. Poder arrancar a mediodía no le pasaba seguido, así que mejor hacerlo valer. Los socios de Dyrah habían organizado un día al aire libre para reforzar el espíritu de equipo o algo así. Una de esas excentricidades posmodernas para compensar la denigrante explotación a la que eran sometidos los “jóvenes profesionales” en las empresas de vanguardia, por hacerse de experiencia y currículum. A diferencia de la diligente Sherezade, él ya no estaba impelido a cumplir con esos estúpidos rituales. Luego de la implementación del proyecto de los operadores bursátiles de alta frecuencia, se había convertido en Junior Partner y el halo del “éxito” lo distinguía de los demás simples mortales.
-          ¡Luis! – lo llamó desde el living – ¡Ven pronto, tienes que ver las noticias!
-          ¡Estoy desayunando! ¡Dime en qué canal! – le respondió molesto, cabeceando sin demasiado entusiasmo para ver si encontraba a su alrededor el control remoto del televisor de la cocina.
Lima no es un lugar donde valga la pena tener toneladas de dinero. Seis meses de obra le tardó conseguir el departamento a su medida, derribando las paredes de tres unidades para conseguir algo decente como en otras ciudades del mundo. En consecuencia, el amplísimo departamento los estaba acostumbrando a comunicarse a los gritos. Problemas de ricos. Afortunadamente, en cada ambiente había un televisor. Nada lo iba a interrumpir mientras experimentaba vertiendo un chorrito de ese refinado licor francés de frambuesas negras en su tazón de cereales con frutas secas. Después de todo, la botella le había costado tres millones de dólares.
-          Me voy para la oficina – anunció apresurada asomándose a la cocina – tengo 873 mensajes nuevos y 19 llamadas perdidas – le advirtió con seriedad mostrando su celular – Luis, tienes que prender el noticiero, puede ser importante.
Él la dispensó con un gesto desdeñoso, mientras se recostaba en la silla y ponía las piernas sobre la mesada, haciendo un dramatizado gemido de placer al degustar la primera cucharada de su excéntrico preparado. Ella partió desairada. Histérica. Aprende a configurar el anti-spam y no me molestes. No sabes lo que es bueno. Luis manoteó su celular, lo puso en el bolsillo del pantalón de su pijama de seda y salió con su tazón al balcón terraza, apoyándose en la baranda para verla partir. Extraño… todos esos móviles de la policía.
La pequeña figura de Sherezade apareció diecinueve pisos más abajo atravesando a paso ligero el jardín y la cabina de seguridad hacia la calle. Inmediatamente, unos hombres se abalanzaron sobre ella. El desayuno de Luis cayó al piso cuando la vio siendo arrastrada dentro de un auto, que emprendía la marcha velozmente. La habían secuestrado. ¿No lo han visto? Serían narcos o algo. ¿Cómo no lo vieron? Debía llamar de inmediato a “Pipo”, el jefe de seguridad del estudio. Él conocía a todos los comisarios y sabría qué hacer.


Se detuvo en seco ni bien volvió a entrar al living. 946 mensajes nuevos, 36 llamadas perdidas. Por primera vez notó la pantalla de la televisión cruzada por un titular de “Crash Bursátil” y la tira de cotizaciones de treinta puntos en rojo desfilando por el teletexto. Su corazón comenzó a zapatearle el pecho. Recorría su bandeja de entrada tratando de encontrar alguna pista, pero era imposible, la avalancha de alertas de cotización le impedía encontrar nada. De a 25 encabezados por vez, tuvo que latigar la pantalla casi 40 veces para vislumbrar al menos a la pasada los textos de Asunto. Al final, eran todos una seguidilla de Re: y Fw: de las alertas anteriores. Le estaba llevando demasiado tiempo. Tenía que poder filtrarlo. Un sudor frío lo iba invadiendo. Lo hizo saltar el chirrido del portero eléctrico. Caminaba hacia él inmerso en su celular. Mensaje del “Turco”, su jefe. Es éste. El portero eléctrico insistía. Ya va, carajo. “Lima 1315”. ¿WTF?
-          ¿Quién es? – atendía molesto. ¿Qué pasa en Lima? ¿Una acción a 1315? ¿Bonos de Lima? ¿Reunión en Lima? ¿A las 13:15? ¿Dónde? – ¿Hola? Hooolaaa – Lima… Lima… ¡Vamos, piensa! Vamos… “Vamos en el Lima” podía escuchar al “Turco” en su mente “Vamos en el Lima” “Fuimos en el Lima” claro, el Lear Jet, es Lima Zulu… algo, pero no es 1315. Maldito portero eléctrico – colgó – a las 13:15, en el Lear, a las 13:15… se están rajando a la mierda – quedaba petrificado – hijos de puta se están rajando a la mierda – reaccionaba – ¡12:37! ¡'tamadrecarajo! – corrió a buscar las llaves del Porsche. Aunque fuera en pijama, todavía podía llegar. El estruendo lo detuvo a un paso de la puerta principal.
-          ¡Policía! ¡Abra Barrios! Sabemos que está ahí. –  los golpes eran cada vez más violentos.
Luis corrió hacia la puerta de servicio, pero antes de llegar escuchó el mazazo tratando de derribarla. Instintivamente, se dirigió hacia el balcón. Tenía que salir de allí. Tenía que llegar al avión. La terraza de Susana, su vecina de abajo. Se tiró al suelo y llegó al final de la terraza gateando. Ya estaban en el living. Todo un grupo comando. Trepó a la baranda temblando. Comenzó despacio a descender. Recién entonces lo invadió el vértigo. Se paralizó. Transpiraba. El jardín se veía cada vez más diminuto, colgado a diecinueve pisos de altura; doble altura… Observaba una paloma acercándose por la cornisa como si se tratara de un tigre de Bengala acechándolo.


-          Así quería encontrarlo… – sonreía el militar, asomándose por sobre la baranda de la terraza. Su pesado borcego aplastaba inclemente la mano del frustrado prófugo, reteniéndolo. Uno de los comandos se acercó al coronel Aranda para entregarle el celular que habían encontrado tirado en el suelo. Desenfundó con un rápido reflejo al descubrir por los gemidos de dolor al sospechoso, suspendido en el vacío. Miraba incierto a su superior, quien revisaba el dispositivo inconmovible.
-          Lima 1315 – Aranda se asomaba para interrogarlo – Dígame qué significa.
-          Muérase maldito estúpido – replicaba envalentonado Luis. El persistente dolor había ahuyentado el miedo, transformándolo en indignación. Estos matones no podrían imputarle nada. Era más inteligente que ellos. Tenía dinero. Era poderoso. Voy a joderlos por esto. Dyrah tiene los mejores abogados…
Todo eso pensaba en el momento en que el coronel Aranda retiró el pesado borcego de su entumecida mano, que ya no pudo aferrarlo.

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